Sentía una profunda devoción hacia la Virgen, a la que dedicó su único libro: El misterio de María, en el que condensaba toda su ciencia teológica, la experiencia correspondiente a la acción del maligno (el demonio puede engañar y tentar a las almas de innumerables maneras, pues «conoce la estructura del hombre mucho mejor que el mejor de los antropólogos de este mundo») y el papel de la Santísima Virgen en la salvación de las almas, que no deben olvidarse de invocar su especial protección.
El amor por María lo unía con su discípulo más famoso, el padre Gabriele Amorth que, en 1986 y de manera repentina, fue nombrado exorcista por el cardenal vicario de Roma, Ugo Poletti. Una intuición que reveló ser providencial y que había surgido tras una simple charla.
El padre Amorth relató en un libro el simpático episodio, recordando las palabras del purpurado: «Querido padre Gabriele, no hace falta que diga nada. Así lo he decidido -dijo Poletti-, y así debe ser. (…) La Iglesia tiene una desesperada necesidad de exorcistas, Roma en Italia sobre todo. Hay demasiadas personas que sufren porque están poseídas y no hay nadie encargado de liberarlas. Hace tiempo que Amantini me ha pedido una ayuda y siempre he evitado la cuestión porque no sabía a quién enviarle. Cuando usted me ha dicho que le conocía, he comprendido que no podía retrasarlo más. Usted hará el bien. No tema. El padre Amantini es un maestro especial. Sabrá cómo ayudarle».