El Vaticano vuelve a adentrarse en un temporal de escándalos con cierto sabor a los casos de corrupción conocidos como Vatileaks. Que provocaron la renuncia de Benedicto XVI en 2013. El Pontífice alemán pidió a su llegada en 2005 rezar por él para no terminar huyendo por miedo ante los lobos que le rodeaban. Sus temores se cumplieron y tuvo que dar un paso al lado en una decisión histórica ocho años después.
Francisco se propuso a su llegada limpiar y liquidar las corrientes de la curia que desde hacía décadas se despellejaban, casi siempre a cuenta de las opacas finanzas del Vaticano. Nadie duda hoy de la buena intención de este Pontífice, que arrancó su obra destituyendo a miembros de la vieja guardi. Como el cardenal Tarcisio Bertone, que se construyó un ático de 700 metros cuadrados con el dinero de un hospital infantil y obstaculizó la reforma del Banco Vaticano (IOR). Pero muchos de esos nombramientos no han funcionado y cuestionan seriamente algunos avances de este pontificado.
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El cardenal Angelo Becciu, valioso fontanero de Benedicto XVI y Francisco, se encuentra en el centro del conflicto. Sin un juicio ni pesar todavía acusaciones formales sobre él, fue desposeído por el Papa de sus derechos como cardenal. Un hecho insólito —solo tres veces en dos siglos— que podría impedirle participar en un futuro cónclave para el que su nombre sonaba con fuerza.
Se le imputan presuntos delitos de malversación o nepotismo. Y se lo vincula a unas misteriosas relaciones con una mujer que malgastó el dinero de la Santa Sede en productos de lujo cuando debía tejer una red de diplomacia paralela. Pero más allá de las tropelías que se le atribuyen, el caso pone en evidencia las violentas luchas de poder que persisten en la institución casi ocho años después de la llegada de Francisco. Un espectáculo a plena luz del día que ayuda poco a la imagen de la Iglesia católica.
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El Papa ha demostrado ser implacable cuando toca apartar a colaboradores salpicados por escándalos. Es el caso de Becciu, uno de sus mejores consejeros, también de cinco oficiales en la Secretaría de Estado o del auditor general a quien contrató en 2013 para poner orden en las endiabladas finanzas.
El Vaticano no es una democracia y el Pontífice puede actuar como un monarca absoluto. Pero el castigo de algunos contrasta con la paciencia hacia otros personajes sobre los que pesan acusaciones y procesos pendientes. Casos como el del obispo Gustavo Zanchetta, a la espera de juicio en Argentina por abusos. Y hospedado hoy en la misma residencia que el Papa en el Vaticano, ponen de manifiesto un criterio que genera enormes recelos en una curia con la que Francisco nunca terminó de congeniar, pero sin la que resulta casi imposible llevar a cabo la revolución que planeó a su llegada.
Con información de El País
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